… Entonces sir Beduier cargó al rey a cuestas y se dirigió a la orilla. Y cuando alcanzaron la orilla vieron una modesta falúa con varias damas de gran belleza a bordo, y había una reina entre ellas, y todas iban cubiertas con rebozo negro, y al ver al rey Arturo lloraron y gimieron de pena.
—Embárcame en esa falúa —ordenó el rey, y eso fue lo que hizo Beduier [Bedevere, Bedivere, Bedwyr] con gran cuidado. A bordo lo recibieron tres reinas con grandes muestras de dolor, y lo tumbaron en la madera, y fue en uno de sus regazos donde el rey Arturo apoyó la cabeza.
—Ay, querido hermano, ¿por qué te has demorado tanto? Mucho me temo que esta herida tuya se ha enconado —lamentó la reina.
Sir Bedivere vio alejarse a las damas mientras se apartaban de la orilla a fuerza de remo. Entonces exclamó:
—Ay, mi señor Arturo, ¿qué va a ser de mí ahora que os alejáis, dejándome aquí solo y a merced del enemigo?
—Ten coraje —respondió el rey—, y sé tan verdadero como puedas, pues ya nadie puede depender de mí. Me dirijo al valle de Avilion [Avalón] para sanar de mi dolorosa herida. Y si nunca vuelves a oír hablar de mí, reza por mi alma.
Las reinas y damas no habían dejado de derramar sus lágrimas, tales eran sus muestras de dolor que resultaba penoso oírlas. Y en cuanto sir Beduier perdió de vista la falúa, lloró y se lamentó …
Cutler, U. Waldo, Stories of King Arthur and his Knights. George G. Harrap, Londres, 1905.